Fridman, Liber

(Buenos Aires, 1910 – 2003)
Hijo de Israel Fridman y Amalia Schlafman, inmigrantes ruso-judíos que, huyendo del régimen zarista, se radicaron en Argentina a fines del siglo XIX. Hasta su instalación en la ciudad de Buenos Aires, el matrimonio Fridman vivió algún tiempo en Entre Ríos y en localidades del interior bonaerense. Israel Fridman (que simpatizaba con los ideales anarquistas, aunque sin ser un activista), fue panadero de oficio. A temprana edad y colaborando en el reparto de pan con su padre, Liber se acercó a un pintor local que, aparentemente, estimuló su interés por el arte. De manera autodidacta comenzó a realizar sus primeras pinturas (paisajes del Rosedal y retratos de familiares, mayormente). En 1925 dio comienzo su formación académica a partir de su ingreso a la Mutualidad de Estudiantes de Bellas Artes, dirigida entonces por Ernesto de la Cárcova y donde dictaban clases Pío Collivadino y Alberto M. Rossi, entre otros. Convocado en 1931 a cumplir el servicio militar, fue destinado a Córdoba, a la base militar de aviones. Problemas de salud provocaron un adelantado regreso a Buenos Aires, donde permaneció internado varios meses en el Hospital Militar. Durante esta convalecencia, comenzó a afianzarse la que se manifestaría luego como una constante en su vida: su voluntad de viajar. En efecto, liberado de la conscripción, en 1932 se dirigió a Luján, provincia de Buenos Aires, donde se encontraba radicada una de sus cuatro hermanas. Obligado a desempeñarse en múltiples ocupaciones para subsistir, sostuvo sin embargo su labor de pintor. Realizó en esa época paisajes urbanos y rurales. Paralelamente fue aceptado como discípulo por el restaurador italiano Zuliani, contratado por entonces por el Museo de Luján, lo que le abrió la posibilidad hacia adelante de un desempeño profesional en ese terreno. La pequeña localidad le ofreció estímulo artístico e intelectual y entre los vínculos más significativos que entabló en esos años, se cuenta su amistad con el historiador, bibliófilo y escritor Jorge Furt. Siguiendo el consejo de éste, tres años más tarde se trasladó a Santa Fe con el objetivo de indagar en los restos del pasado colonial. Su interés por el arte de aquella época se trasladó a su propia pintura, que lo incorporó frecuentemente como tema: construcciones, detalles ornamentales y monumentos (religiosos y no religiosos), realizados a la acuarela, a las que se suman registros fotográficos y escritos sobre los mismos objetos. Parte de este trabajo ilustró el libro de Furt Arquitectura de Santa Fe, publicado en 1939. En ocasiones hizo también estos relevamientos iconográficos por encargo, al igual que retratos, que siguieron siendo tema también frecuente. Contó en ese tiempo con el apoyo del Dr. R. Borzone, médico local, aficionado al arte, y un círculo de amistades en el que la música (clásica, folclórica) constituía un elemento aglutinador. Fue en estos años también (1936-1938) que se sumó al grupo de titiriteros liderado por Javier Villafañe, «La Andariega», que había conocido ya en Luján. Con algunas intermitencias (forzadas por problemas de salud), los siguió en su recorrido por localidades de las provincias de Buenos Aires, Entre Ríos, Corrientes, Misiones, y también por Paraguay y Brasil.  En 1938 se instaló en Asunción, Paraguay por un extenso período. En esos años sumó nuevas amistades (como el escritor Roa Bastos y el poeta Herib Campos Cervera) y persistió en sus búsquedas del pasado colonial, con especial interés en las ruinas jesuíticas y en la artesanía de raíz indígena, que lo llevaron a realizar frecuentes viajes al interior del país. Algunos resultados de esa labor documental fueron publicados en medios locales y eventualmente remitidos a Buenos Aires (el diario La Nación, entre otros, le dio cabida en sus páginas). Continuó su labor pictórica con los temas habituales (retratos, autorretratos y paisajes) y como restaurador, principalmente de piezas religiosas. En 1945, considerando agotada su experiencia paraguaya, Fridman emprendió un viaje a Brasil, atraído por cierto exotismo. Su primera -y efímera- base fue la ciudad de Río, a la que siguió Bahía, desde 1947 (con estancias en Buenos Aires y Paraguay de por medio). Allí profundizó su labor en el terreno del retrato, con el estímulo de numerosos encargos que recibía para realizarlos. Paralelamente, el carnaval, la arquitectura colonial, el trabajo de los pescadores, le ofrecieron también motivos para su pintura, que privilegió las escenas populares y el registro de la vida cotidiana, desde una óptica costumbrista. Le siguieron luego como lugar de morada, entre 1949 y 1953, Belém do Pará (donde el escenario exuberante de la selva amazónica representó un nuevo estímulo para su obra) y Recife. En 1954 viajó a Europa, becado, para realizar estudios de restauración en la Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid. Desestimó entonces los desarrollos del arte contemporáneo europeo, que consideró alejado de sus intereses. Instalado por sus estudios en Madrid, realizo breves excursiones a Barcelona, Toledo, al centro (Castilla) y norte del país. Compartió estos recorridos, que se extendieron luego hasta París, con el grabador Mauricio Lasansky. Separado el camino de ambos artistas, Fridman se dirigió luego a Italia, a Moncalvo, una pequeña ciudad piamontesa a la que fue invitado por Carlo Grillo, un noble italiano que había conocido en Brasil. La protección de Grillo favoreció una breve etapa de producción, que el propio mecenas calificó como «simbolista». Un año después regresó a América y permaneció en Venezuela. Su primera estancia transcurrió en Caracas; ciudad cosmopolita, con características de urbe moderna y una escena artística dominada en esos años por las tendencias abstractas, no le resultó un ámbito favorable. Contrariamente, se sintió a gusto en el interior del país, donde encontró nuevamente un entorno humano afín a sus intereses que le proporcionó también incentivo para su pintura. En 1958, arribó a un destino largamente ambicionado: Perú. El contraste con los paisajes transitados hasta ese momento lo movilizaron especialmente y se dedicó a una extensa indagación en las culturas precolombinas. No sólo los sitios donde tuvo posibilidad de tomar contacto con la arquitectura inca, sino también museos y colecciones privadas que lo acercaron a través de objetos y documentos a ese pasado, atrajeron poderosamente su interés y le proporcionaron nuevos y definitivos elementos para la elaboración de su propia obra. En esta prolongada etapa peruana, no desechó sin embargo nuevas posibilidades de viajes que lo llevaron a transitar por países latinoamericanos, Estados Unidos, e Israel. Hacia 1980 regresó a Buenos Aires, donde se instaló ya definitivamente y continuó desarrollando su propia obra, tanto como su labor de restaurador.


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Y su paso propició las cosechas







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