Palamara, Onofrio

(Córdoba, 1898 – 1983)
Se inició tempranamente en la técnica de la talla decorativa bajo las indicaciones de su padre, Juan Palamara, en la marmolería familiar; aprendizaje compartido con su hermano, el escultor Pedro Sarti. A los quince años abandonó la Escuela de Comercio y llevado por su inclinación hacia el arte ya manifiesta, concurrió al taller del artista Pedro Centanaro, quién lo orientó en la pintura, especialmente en cuestiones relativas al color. Por esos años realizó el dibujo titulado Mendigos (ca. 1920), que se conserva hoy en la colección del Museo Emilio Caraffa. Hacia mediados de la década del veinte ingresó a los cursos nocturnos de la Academia Provincial de Bellas Artes; allí compartió sus estudios con Horacio Juárez, José Aguilera, Roberto Viola, Azor Grimaut, Vicente Ferreyra Soaje, Vicente Roberto Puig y Gaspar de Miguel, entre otros. En 1928 fue expulsado de la academia, junto a Horacio Juárez, por haber encabezado un movimiento de reclamo estudiantil. Un año antes había organizado y participado -junto a varios de sus compañeros de la academia- el Primer Salón Libre de Arte; también ese año expuso en el Salón de Otoño de Rosario. En 1928 concurrió a la segunda edición del mismo evento, donde presentó la obra La Catedral (exhibida previamente en el Salón Nacional de Bellas Artes) que resultó muy elogiada por la crítica. El año siguiente participó en el Tercer Salón Libre de Arte con dos paisajes: Alrededores de Córdoba y Quebrada de los Gigantes. En 1930 concursó para obtener la beca provincial para perfeccionamiento artístico en la categoría pintura, la cual no le fue otorgada. Ese momento de decepción para el artista fue señalado por el crítico de La Voz del Interior, Oliverio de Allende, como de crucial importancia para el ulterior desarrollo de su producción. Durante los años treinta sus trabajos acusan tanto el gradual abandono de la luminosidad -propia de las tendencias de raíz impresionistas que prevalecían en la academia local- como el progresivo avance hacia una paleta donde negros, grises y pardos ganan importancia. Asimismo, el cambio se hace evidente a partir de la aparición de algunos elementos que singularizan su producción: el paisaje diurno deja lugar a las atmósferas nocturnas más acordes con la nueva paleta, a la vez que una renovada atención sobre la arquitectura, cuyos volúmenes se destacan, con la inclusión de figuras humanas que, en algunos casos, componen escenas. En 1932 una exposición de sus obras en el Salón Plasman ofreció la oportunidad para que el público y la crítica evaluaran la consistencia de las transformaciones en su obra. Dos años después participó del III Salón de Otoño (realizado en el Salón Plasman y organizado por el diario Los Principios), obteniendo el Premio Concejo Deliberante de Córdoba por su óleo Catedral. Por estos años la prensa lo señaló -como también lo hizo con el escultor Horacio Juárez– como un «pintor proletario», representación que también pudo haber estado asociada con la presencia de ciertas temáticas -referencias a burdeles, mendigos, obreros, etc.- en sus obras. Luego de aquellas participaciones se alejó de salones y exposiciones por un largo período, retomando su producción artística a mediados de la década del cincuenta con una exhibición en la galería Delacroix (1956). La muestra señaló su retorno a la escena artística, tanto como un nuevo momento en su producción, la cual se orientó al tratamiento de los objetos simples y cotidianos, aquellos que rodeaban de modo más inmediato su existencia; a ese segmento corresponden algunas de sus naturalezas muertas y composiciones.      
Desde mediados de la década de 1950 y por el término de diez años se desempeñó como restaurador en el Museo Caraffa, momento en que obtuvo su jubilación.    
Varias exposiciones realizada en galería Feldman entre 1960 y 1966 concitaron, una vez más, la atención sobre su producción, constituida principalmente por una serie de trabajos que retrataban diversos rincones de la ciudad, especialmente sectores circundantes al cementerio San Jerónimo del barrio de Alto Alberdi, espacio que fue también lugar de residencia del artista a lo largo de su vida. Estos años resultaron muy significativos en el desarrollo profesional del pintor ya que se vinculó con una serie de figuras del ámbito artístico, local y nacional, que lo alentaron y contribuyeron en la promoción de su obra. A ese período corresponde su amistad con Lino E. Spilimbergo, a quien frecuentó entre los años 1960 y 1964, y con el crítico de arte y coleccionista, Domingo Bifarella, quién llegó a convertirse en la década siguiente en un importante impulsor de la obra de Palamara -en Córdoba y Buenos Aires-, fundamentalmente a partir de su relación con la galería Gutiérrez y Aguad, a la que Bifarella se sumó a mediados de los setenta. Asimismo, cobraron relevancia los contactos con los artistas Leopoldo Presas, Teresio Fara, Raúl Soldi y Domigo Gatto, así como también las apreciaciones positivas de figuras reconocidas en el ámbito de la crítica del arte, tales como, el mismo Bifarella, Mario Remorino, Manuel Mujica Lainez y Osiris Chierico. Hacia fines de los sesenta se abrió una década de intensa actividad expositiva en la que se sucedieron una serie de presentaciones que lo posicionaron paralelamente en la escena artística cordobesa y porteña: expuso en Córdoba en la galería Gutiérrez y Aguad en numerosas ocasiones; también ocasionalmente en Buenos Aires, en la década de 1970, en las galerías Rubbers, Wildestein y Palatina. En 1982, el Museo Municipal de Bellas Artes «Genaro Pérez» realizó una importante retrospectiva que reunió alrededor de cincuenta obras provenientes de colecciones privadas. En esta última etapa se consolidó la producción más reconocida de Palamara, aquella que la crítica de arte identificó con la pintura metafísica italiana. En ella ganan presencia las imágenes urbanas de una ciudad que parece situarse fuera del tiempo, en extrema quietud y silencio. Muros que se tornan murallas, paredones infranqueables, cúpulas, escaleras y terrazas, indicios arquitectónicos de un espacio que no es ninguno, donde se adivina un particular estado de ánimo y una peculiar atmósfera. La geometría organiza las escenas de modo que síntesis y contundencia de volúmenes conviven de manera armónica. En algunos trabajos las figuras también tienen su lugar; en ocasiones  son pequeñas y su tamaño contribuye a realzar la monumentalidad de las construcciones circundantes, en otras, su disposición -muchas veces en pequeñas reuniones o en tránsito- despiertan la curiosidad del observador. 
Durante los últimos años de su vida se vio obligado a mantenerse alejado de la pintura, dado que una afección le dificultaba la visión. Falleció en Córdoba, en 1983.


Obras

Mendigos
Naturaleza muerta
Paisaje
Sin título (Paisaje)










Puente
Sin título (Paisaje)